martes, noviembre 13, 2007

La encrucijada universitaria: la designación del rector

Mario Fernández

En semanas recientes se ha desatado en los medios de comunicación de México una gran curiosidad sobre la designación del nuevo Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Para reflexionar sobre este importante proceso dentro de la principal institución educativa del Estado mexicano es necesario hacer un breve pero sustancioso análisis de la historia reciente de la Universidad.

Dentro del evolución histórica de México, la UNAM ha jugado un papel central en la configuración política del país. A partir de los años 20's en los que México salía de un convulsión social y política revolucionaria para entrar en una época de reconstrucción nacional, don Manuel Gómez Morín, a la sazón Rector de la Universidad, se erigió como un baluarte de la libertad espiritual y defensor de la autonomía universitaria, al impedir que las tentaciones autoritarias del Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles, convirtieran a ésta en un institución órganica del gobierno en turno.

Posteriormente, casi medio siglo después, otro rector de la Universidad volvió a jugar un rol central en la historia política del país, Javier Barros Sierra, quien en 1968 encabezaría las manifestaciones públicas en contra de la entrada del Ejército mexicano a la Universidad, acto por demás valeroso en un sistema político cerrado a la apertura y el diálogo democráticos.

Finalmente y después de épocas no menos turbulentas, Francisco Barnés de Castro, rector en el período de 1997 a 1999, enfrentó la mayor crisis institucional de la Universidad al proponer un sistema de cuotas voluntarias. Los grupos radicales de izquierda decidieron tomar durante varios meses el control de la Universidad hasta que el impávido presidente Ernesto Zedillo decidió enviar a la polícia federal para que retomará las instalaciones. Es en este contexto cuando entra el saliente rector, Juan Ramón de la Fuente, quien a pesar de los modestos logros que tuvo al frente de su administración, como la creación de un ecológico sistema de transporte interno y la digitalización del sistema de inscripciones, ha sido calificado por la "siempre venerable" intelligentsia mexicana como el mejor rector que ha tenido la UNAM.

Cabe recalcar que esta opinión no es compartida por el suscrito, ya que hay que señalar que el Rector saliente fue un actor político acomodaticio y subordinado a los grupos políticos de izquierda inflitrados en la Universidad por el PRD, lo cual lo sujetó a no realizar las reformas que garantizarían un aumento sustancial en la calidad educativa de la Universidad. Su amistad, por demás vergonzosa, con López Obrador hizo que la Universidad se convirtiera, sobre todo durante las elecciones, en un lugar de propaganda política a favor del "mesías tropical". Por último su carácter egocéntrico y autocomplasivo hizo de él un forzado protagonista de la escena política nacional al querer pronunciarse sobre todos los temas que la agenda política nacional presentará. Lo anterior no hizo más restar independencia y neutralidad al perfil meramente académico y conciliatorio que todo rector debe presentar.

Desafortunadamente, los indíces internacionales confirman lo previamente señalado, la UNAM se ubica según el más reciente listado de las mejores de Universidades del mundo, elaborado por el Times, en el lugar 192, posición por demás delenezable tomando en cuenta que la Universidad recibe un recursos anuales por parte del Estado por la cantidad de poco más de 17 mil millones de pesos anuales. Dichos recursos en gran parte se dedican al gasto corriente de la Universidad, acaparado por los sindicatos universitarios, la ineficiente burocracia que impera en la misma y quieranlo reconocer o no las autoridades universitarias a los grupos radicales que se mantienen en la misma. Todo lo anterior aunado a la falta de accountability en los recursos de la Universidad y la mediocridad del alumnado y una parte considerable de los profesores hacen que la máxima casa de estudios de México esté destinada al fracaso y la ineficiencia institucionales.

En un el mejor de los escenarios, el candidato que sea designado por la Junta de Gobierno deberá hacer, si en verdad quiere que la UNAM se encuentre en un nivel educativo óptimo, una profunda reforma administrativa en la que la transparencia, la modernización, la desconcentración orgánica y el fortalecimiento institucionales sean los ejes rectores de una nueva visión institucional que no esté sujeta a los vaivenes políticos y que contribuya en sus tres respectivas áreas de actuación: la docencia, la divulgación cultural y la investigación científica al desarrollo del país.

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